El peligro de ser una mujer desobediente

La violencia sexual fue la principal tortura que sufrieron las mujeres durante la dictadura. El régimen reafirmó su lógica capitalista y patriarcal al disciplinar los cuerpos de las mujeres que decidieron transgredir los mandatos de la época.

A J. A. la desnudaron completamente y la patearon; a P. B. le manosearon todo el cuerpo y le dijeron que busque otro marido porque el suyo ya estaba por morirse; a V. G. R. la violaron entre cuatro, la zapatearon y pisotearon; a T. S. M .D. la violaron, le golpearon la cabeza y la quemaron.

«No te puedo comparar ni con una perra, porque las perras les quieren a sus hijos y vos no les querés, por eso te metés con el Estado y eso hacés en vano», le dijo su torturador a Rumilda Brítez de Rivarola, miembro de las Ligas Agrarias (Potrero Margarita, Caaguazú, 1976).

Rumilda había cometido un doble delito: ser militante y desobedecer su rol establecido de ama de casa. Como muchas mujeres que pertenecían a organizaciones campesinas, Rumilda fue reprimida durante la dictadura stronista. El principal castigo que recibían las mujeres en ese tiempo era la violencia sexual.

Los
abusos sexuales

Virginie Despentes, en su obra Teoría de King Kong (2006, Random House) refiere que la violación es un programa político preciso. Se trata del esqueleto del capitalismo: la representación cruda y directa del ejercicio del poder.

se constituyen en dispositivos para desactivar, física y emocionalmente, a las mujeres que se animan, por un lado, a desafiar los mandatos de género, y, por otro, a rebelarse contra un sistema autoritario.

Cuando las mujeres comenzaron a compartir sus relatos sobre lo vivido durante la dictadura, muchas de ellas lo hacían en calidad de testigos, ya sea como pareja, madre o hija, socializando, más bien, los daños colaterales que habían sufrido. Al indagar profundamente en los testimonios, iban surgiendo sus propias experiencias como víctimas directas de la represión. Las mujeres representaron un potencial peligro para el sistema stronista.

Según los registros de la CVJ, 2647 mujeres fueron víctimas de tortura↱76. Una de cada cuatro, sufrió violencia sexual. En este punto, además, existe un importante subregistro, por la vergüenza y el estigma con que cargan las víctimas. Con seguridad, casi todas las mujeres torturadas fueron objeto de algún tipo de ultraje sexual. A. C. S., rompiendo el pacto del silencio, confesó (Costa Rosado, Ñeembucú, 1980):

Después de violarme todo, me dijo: «ahora podés ir a lavarme toda mi ropa, que no se te ocurra contarle a alguien lo que yo te hice o si no te voy a sacar y te voy a reventar», y, bueno, ni a mi marido nunca le conté este mi secreto, por miedo a perderle a mi marido, a mi familia; por eso no te conté al comienzo cuando me preguntaste, pero ahora decidí decirte, para no alcahuetearles.

La violencia sexual, utilizada como arma de guerra desde el Estado, opera sobre los cuerpos de las mujeres enviando mensajes muy claros: no salgas de tu casa, no hables fuerte, no te intereses en asuntos públicos, no discutas. Como bien explica Rita Segato en La guerra contra las mujeres (2018, Prometeo Libros), el objetivo de la violencia sexual no es solo corregir, sino expresar ante la mirada pública quién ejerce soberanía sobre quién.
Es un alarde de fuerza y control sobre los cuerpos dominados.

Para la antropóloga Rita Segato, mediante la violencia sexual el poder se expresa, se exhibe y se consolida ante la mirada pública. Por eso habla de un tipo de violencia expresiva y no instrumental.

En la mayoría de los casos de abuso, la víctima carga con la culpa, no es de extrañar que muchas de ellas guarden este secreto por años y años.

Además, el miedo de que vuelva a ocurrir queda latente. Despentes (2006) escribió que la secuela de una violación es «la herida de una guerra que se libra en el silencio y en la oscuridad».

Este tipo de tortura no solo se ejerció contra mujeres adultas, también hombres, niñas, niños y adolescentes fueron víctimas de abuso sexual. El Estado volvía a expresarse una y otra vez: se meten con nosotros, entonces nos metemos con tus hijas e hijos. El 15,5 % de los niños, niñas y adolescentes que dieron su testimonio en el informe de la CVJ fueron víctimas de violencia sexual, 63,5 % de ellas eran niñas y adolescentes. El promedio de edad era de entre doce y quince años.

Una cicatriz que grita

Policías y militares torturaron y abusaron sexualmente de las mujeres, buscando paralizar sus actividades políticas y desarmarlas emocionalmente. Para muchos, no solo se trató de la muestra de lealtad para con el patrón, sino de la consolidación de su poder heteropatriarcal.

El régimen de Stroessner pretendía reubicar a las mujeres en un lugar biológico, condenarlas a un destino de cuerpo victimizado y sometido, reducirlas a meros objetos sexuales; por eso, no es coincidencia que quienes hayan cometido los abusos hacia ellas sean varones. Este hecho fue doblemente ultrajante para las mujeres, repercutiendo de forma negativa en la percepción y valoración de sí mismas, así como también en su relación con el sexo opuesto.

En la actualidad, seguimos viendo que quienes lideran los despliegues antimotines en las diferentes marchas, incluso las feministas, son hombres. En las comisarías, quienes recepcionan las denuncias de abuso sexual son hombres. La mayoría de ellos, con una actitud de predisposición a la crueldad o el maltrato, como en aquella época.

Desde tiempos de la colonia, las mujeres han sido medios de conquista geográfica para los invasores. Pero en este tipo de conflictos más modernos, como lo fueron las dictaduras, no se buscaba una conquista geográfica, sino la destrucción del enemigo en el cuerpo de la mujer. La violencia sexual no solo afectó a quienes la sufrieron físicamente, sino que se extendió a sus vínculos afectivos, filiales y comunitarios. Resquebrajó todo el tejido social que albergaba a la víctima.

María Estela contó que a su compañera la abandonó el marido luego de enterarse de que fue violada; A. C. S. perdió un embarazo y cuando logró concebir de nuevo, su hija nació con dificultades; Sonia Aquino tuvo que dejar la facultad y volver a depender económicamente de sus padres; Luisa Cálcena convive con un problema en el corazón desde entonces; Adoración Ferreira desarrolló un miedo tan grande que no puede ver policías.

La violencia ejercida por el Estado sobre las mujeres ralentizó los procesos emancipatorios de estas, acrecentando las desigualdades y la falta de oportunidades que ya sufrían por la discriminación de género, realidad con la que hasta el día de hoy se encuentran luchando. Sin embargo, las mujeres han encontrado la fuerza suficiente, a través de la ayuda mutua, para empezar a sanar de forma colectiva y seguir exigiendo sus derechos.

Y lo repito de nuevo
para el que quiera entender:
Son penas muy encimadas
el ser pobre y ser mujer.

Carmen Soler, 1970