El sueño de una educación emancipadora

Las escuelitas campesinas fueron el primer intento de transformación educativa que se gestó en el país. Mientras Stroessner prohibía el uso del guaraní, los campesinos y campesinas de las Ligas Agrarias Cristianas crearon un sistema de alfabetización horizontal basado en su lengua y en su vivencia cotidiana.

En la década del 70, un grupo de campesinos y campesinas desafió al modelo capitalista y excluyente impuesto por la dictadura, los terratenientes y empresarios. Cansados de vivir bajo las reglas de otros, desarrollaron un sistema que potenciaba sus saberes empíricos, teniendo como base la igualdad y la solidaridad.

Aquel sistema representaba una organización alternativa de la vida interna y también en relación con el exterior, por lo que se constituía en un cuestionamiento al orden establecido. Los tres aspectos fundamentales que lo sostenían fueron: la propiedad comunal de la tierra, a través de prácticas como la gestión de un almacén colectivo de autoconsumo; la creación de
nuevas escuelas

«La experiencia más desarrollada en este punto fue la de la escuela de Tuna, en el departamento de Misiones. Esta organizó un sistema para garantizar un aceitado funcionamiento del espacio y el acceso a material de lectura y útiles a los estudiantes. En este caso, se buscó, incluso, el reconocimiento oficial de la escuela, presentada como propuesta de una asociación de padres. Las autoridades pasaron del silencio inicial a la represión más brutal».Nardulli, J. (2007). La experiencia educativa de las Ligas Agrarias Cristianas del Paraguay. XI Jornadas Interescuelas/Departamentos Historia. UBA.

y formas de educación; y el protagonismo político por fuera de la megaestructura del Partido Colorado.

Las iniciativas de las Ligas Agrarias Cristianas estaban guiadas por el ideal de una vida en común, formulado como «la vida en una tierra sin mal». Tenían una base de ideal cristiano de fraternidad. El desarrollo de estas experiencias estaba basado en un proceso de toma de conciencia de la realidad y en la búsqueda de la transformación de las condiciones de injusticia y pobreza en que vivía el campesinado, tal como Santa Bari Maidana de Báez (Misiones, 1975) narró:

Crecimos capacitándonos y nos dábamos cuenta de la estructura de nuestro gobierno. Tal es así, que progresamos rápido, formamos nuestro almacén de consumo, ya empezó a tener más gente, el grupo creció. Más adelante vimos la posibilidad de formar o crear una escuela campesina, porque en las escuelas del Estado no se muestra la realidad como es, nos esclavizaban más. Nos capacitaron los curas y enseguida comenzamos a enseñar, y nuestra escuelita creció tanto que solo quedaban tres o cuatro niños en la escuela pública, cosa que no agradó al Estado.

La enseñanza tradicional que se impartía en los colegios públicos de la época no contemplaba las particularidades de las comunidades campesinas e indígenas. Las vivencias de los alumnos y alumnas no eran tenidas en cuenta, ya que ellos eran vistos como «recipientes» del conocimiento del profesor. Además, las clases se daban en castellano. Más que promover la capacidad crítica de los estudiantes, empujaba a la exclusión de los guaraní hablantes, la sumisión y la obediencia.

Las personas de las Ligas Agrarias Cristianas decidieron cortar con su participación en las escuelas convencionales y, aplicando la teoría desarrollada por el educador brasileño Paulo Freire en su libro Pedagogía del Oprimido (1968), llevaron adelante el proyecto de las escuelitas campesinas: un modelo de enseñanza emancipatorio a través de la comprensión crítica de la realidad social, política y económica; impulsada por el diálogo y el intercambio constante entre docentes y estudiantes.

En las escuelitas, las y los jóvenes de la comunidad que se ofrecieron a facilitar las clases fueron bautizados como pytyvõhára (la o el que ayuda, en guaraní). No eran docentes convencionales, eran guías que ayudaban a las y los estudiantes en sus procesos de aprehensión de la realidad. Para las Ligas Agrarias Cristianas era fundamental que los niños y niñas entiendan cómo y por qué se originaba la situación en la que vivían como comunidad campesina.

El primer ciclo del sistema de alfabetización se desarrollaba enteramente en guaraní. Para ello, crearon una cartilla en dicha lengua, llamada Ko’ẽtĩ. Era una adaptación del material de Freire y fue realizada con la ayuda del padre Bartomeu Melià. Así también, el calendario escolar estaba sincronizado con el de las cosechas, para que los y las estudiantes acompañen a sus padres en el trabajo de la chacra.

Francisco Ávalos, de la comunidad de Jejuí, expresó que la diferencia de la escuelita campesina con las otras instituciones radicaba en que los y las pytyvõhára procuraban convivir con los niños, generar confianza y averiguar sus intereses personales: «si querían dibujar o escribir y, de acuerdo a lo que ellos querían hacer, les ayudaba el facilitador o la facilitadora. Para mí que ellos comenzaron por la primera reforma educativa, dentro de la ley agraria comenzaron».

Demasiada libertad para ser tolerada

Según un testimonio del padre Caravias en 1972, refiriéndose a las escuelitas campesinas, las tiendas comunitarias y a Jejuí; los mejores éxitos de las Ligas Agrarias fueron perseguidos de manera muy brutal y con muchas calumnias:

Fueron experiencias muy perseguidas porque fueron muy creativas. Estaba prohibido educar en guaraní, no se dejaba que los niños lo hablaran: ¡no seas guarango! Y se les castigaba. Con lo cual se formaban analfabetos. Entonces los integrantes de las escuelitas campesinas nos pidieron a los jesuitas que hiciéramos algo, el padre Bartomeu Melià hizo una cartilla en guaraní tipo Freire. Eso al Gobierno le pareció terrible.

Las escuelas públicas del Estado, de departamentos como Misiones y Caaguazú, empezaron a quedarse vacías. Para la dictadura stronista fue demasiada osadía por parte de los campesinos y campesinas; se trataba de una disputa directa al poder y control ejercido por el Estado. La vía más efectiva para detener aquellos procesos y que, principalmente, no vuelvan a surgir, fue la destrucción de las escuelas.

Con el argumento de que estaban adoctrinando a los niños y a las niñas en el comunismo, el régimen comenzó a desplegar estrategias militares para reprimir a las organizaciones campesinas. Las estrategias incluyeron el espionaje a través de los pyrague, el crear experiencias cercanas que hicieran la competencia a las Ligas, las detenciones por cortos periodos de tiempo de miembros de las Ligas o líderes (de 24 a 48 horas), y la provocación con algunas acciones militares o agresiones.

Cuando ninguna de las estrategias de control tuvo un impacto relevante en las comunidades, empezaron a considerarlas como objetivo militar y a someterlas a otras formas de control, como la infiltración y otras acciones más selectivas que aumentaron el nivel de represión sobre ellas.
«Comenzó la persecución, nos mandaron llamar para que tengamos miedo, no querían que enseñáramos más, nos decían subversivos, comunistas, no podíamos reunirnos en ningún lado», recordó Santa Bari Maidana de Báez. Todo proyecto comunitario fue señalado por el régimen como comunista y, en consecuencia, criminalizado y reprimido.

Las escuelitas campesinas permitieron a los niños y niñas valorar sus capacidades, empoderarse en sus derechos, adquirir autonomía y entender que eran sujetos dignos como todos los demás. Para Margarita Durán Estragó, la experiencia de las Ligas Agrarias Cristianas se puede comparar con el proceso de la tacuara, que cada 30 a 40 años se renueva. Muere completamente, pero necesariamente vuelve a brotar, para empezar de nuevo.

Jahupívo ñande po
ñañoañuãvo ja’e
hermano ningo ra’e
ndajaikuaáiva ñande
ipukúma ñande rape
hasypeve jatopa
ko idea porãite
okañ´yva yma guive.

Canción de las Ligas Agrarias