El principio del fin

La caída del régimen de Alfredo Stroessner fue una victoria ciudadana que se gestó en el espacio público. Paraguayos y paraguayas perdieron el miedo y tumbaron al autoritarismo con la fuerza de la libertad.

La segunda mitad de la década del 80 fue el escenario de un nuevo movimiento ciudadano: revitalizado, ingenioso y audaz. A medida que la represión perdía fuerza, las organizaciones volvían a tomar las calles y, esta vez, estaban dispuestas a hacerlo a su modo.

Como antecedente y factor principal para la salida de las organizaciones a las calles, se encuentra el Acuerdo Nacional. Una conformación nacida en diciembre de 1978 e integrada por agrupaciones políticas opositoras no reconocidas por el Gobierno de Stroessner. El acuerdo fue impulsado por el Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Revolucionario Febrerista y el Movimiento Popular Colorado (Mopoco). Además, contaba con el apoyo de la Iglesia católica.

La disputa se trataba de ocupar el espacio público, ese terreno que fue vedado por tanto tiempo; pero también se daba una disputa por el sentido, por proponer consignas en favor de la libertad. Mientras las autoridades stronistas sostenían «la calle es de la Policía» y utilizaban la fuerza para reprimir, los movimientos sociales organizaban manifestaciones e intervenciones pacíficas y creativas que escapaban al control de los aparatos represivos.

La sociedad estaba pasando por un proceso de rearticulación en el que las nuevas organizaciones estudiantiles, sindicales, campesinas y de mujeres, asumieron un rol protagónico. Una de las resistencias emblemáticas de la época fue liderada por los trabajadores y trabajadoras del Hospital de Clínicas. La lucha de los médicos funcionó como un catalizador de protestas sociales basadas en el principio de «no violencia activa», en palabras de los investigadores sociales
Benjamín Arditi y José Carlos Rodríguez.

En el libro La sociedad a pesar del Estado. Movimientos sociales y recuperación democrática en el Paraguay (1987), ambos autores analizan las organizaciones que resurgieron en los últimos años de la dictadura. Entre ellas, destacan a los estudiantes universitarios, por haber logrado que la mayoría de su estamento asuma pública, explícita y decididamente una actitud antidictatorial; a los obreros, por erigir un movimiento sindical independiente, activo y plural; y al campesinado, por convocar y organizar a hombres y mujeres de todo el país.

El 18 abril de 1986 organizaron la primera movilización frente al Ministerio de Hacienda, solicitando un incremento salarial. El gremio médico fue salvajemente reprimido por la policía, pero, en vez de replegarse, se fortaleció y logró convocar a más funcionarios, estudiantes de Medicina, obreros de otros sectores y hasta a los propios pacientes del hospital. Así nació el «Clinicazo», que abarcó protestas, paros laborales, huelgas de hambre y movilización de los gremios.

Otra de las propuestas transgresoras de la época fue la Asamblea de la Civilidad. Se trataba de actos relámpago en distintos puntos de Asunción, organizados por los opositores. El 11 de julio de 1987 se realizó la primera acción. Un par de personas se reunía en algún espacio público de la ciudad, agitaban con discursos contra el régimen y antes de que llegara la policía se dispersaban.

La dinámica buscaba burlar la represión. Los agentes policiales no lograban entender cuándo y dónde sería el próximo acto, lo que los enojaba cada vez más. Aumentaron los enfrentamientos entre agentes y la ciudadanía. Sin embargo, el miedo cambió de bando: era común ver a la policía corriendo de los y las manifestantes.

En 1988, se organizó la última y más grande manifestación ciudadana contra el régimen: «La marcha por la vida»↱173. «El 10 de diciembre, marchemos por la vida… Participá, sin vos no cambia nada», era la invitación que convocaba al pueblo paraguayo en general. En la fecha, se conmemoraba el 40.º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Más de 30 agrupaciones sociales y políticas formaron parte de la organización de esta acción.

Al enterarse de aquella hazaña, el Gobierno pretendió desactivar la protesta arrestando días antes a los dirigentes opositores más importantes. Varios lograron esconderse y aparecieron con más fuerza ese día. Utilizaron el mismo método que crearon para las Asambleas de la Civilidad, mostrando a la policía que no iban a retroceder. La gente se fue sumando de manera espontánea y la marcha creció tanto que ya no había forma de pararla. Se trató de una conquista ciudadana.

El desmoronamiento de una estructura

El régimen se estaba agrietando por todos los frentes: el esquema que había logrado construir Stroessner se estaba desmoronando, había pulseadas internas en el Partido Colorado y en las Fuerzas Armadas por quién sería el sucesor; y en el contexto internacional, empezaban a florecer las democracias, las ideas de libertad, y se reforzaban las defensas por los derechos humanos.

El fin de la Guerra Fría también influyó en la caída del stronismo. En Estados Unidos, el Gobierno del presidente Jimmy Carter asumió una postura en contra de las dictaduras latinoamericanas y en defensa de los derechos humanos. En consonancia, el embajador en nuestro país, Robert White, también desarrolló una labor crítica hacia las violaciones de derechos humanos. En su periodo como diplomático, apoyó a grupos y partidos de la oposición.

Un poco después, Ronald Reagan, quien asumió la presidencia del país norteamericano en 1981, no revirtió la política de la administración Carter con relación al Paraguay, y su embajador Clyde Taylor prosiguió impulsando a grupos y actividades antidictatoriales en Asunción.

En América Latina, los regímenes totalitarios se acabaron. En Argentina, colapsó la Junta Militar y en Brasil estaba iniciando el proceso de democratización. Ambas naciones decidieron distanciarse políticamente de la dictadura que daba sus últimos respiros en Paraguay y generaron una especie de cerco a su alrededor, aislando al régimen de Stroessner.

El Partido Colorado y las Fuerzas Armadas fueron los pilares fundamentales que sostuvieron el Gobierno de Stroessner por 35 años, conformando una «unidad granítica»↱24; por lo que, cuando uno de ellos empezó a tambalearse, todo el sistema se debilitó. En la ANR estalló la lucha por la continuidad del poder: por un lado, los «tradicionalistas», que pedían mayor autonomía política, y, por otro, los «militantes stronistas», que buscaban perpetuar la subordinación del partido a la familia Stroessner.

El dictador deseaba que su hijo lo sucediera, por lo que a través de una reestructuración de las Fuerzas Armadas incorporó a personas de su confianza en puestos estratégicos, incluyendo a su heredero. Pero los jefes militares tradicionalistas ya no respondían a sus planes y, como respuesta, el Gobierno recibió un golpe de Estado el 3 de febrero de 1989. Stroessner fue derrocado y en prisión se vio forzado a firmar su renuncia. Obtuvo asilo político en Brasil hasta el día de su muerte.