Qué cosa más extraña
estar vivo

bajo el árbol oscuro de la distancia.

Rubén Bareiro Saguier, 1977

Un puñado de tierra en la memoria

Cruzar la frontera y conocer nuevas culturas, sin duda, puede ser un empuje motivador para la aventura y el descubrimiento. Pero en el caso de los que se vieron obligados a hacerlo en un contexto de represión y dictadura, aquello se convirtió en un prolongado drama: el exilio.

En Paraguay, este destino obligado se instaló profusamente en los años previos a la ascensión de Stroessner al poder, teniendo su punto más dramático en la posguerra civil del 47, cuando una gran cantidad de adherentes al bando derrotado (entre políticos, militares y combatientes civiles) cruzaron las fronteras de tierra y agua para salvarse de las razias de milicianos colorados. En algunos casos, para salvarse de la muerte. El poeta Hérib Campos Cervera fue uno de ellos, quien, al igual que otros, ya tenía experiencia en el destierro. Entre sus poemas, uno de los que mejor encarna esta experiencia es Un puñado de tierra:

(…) y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
Patria de mi alegría y de mi duelo:
eso quise de Ti.

Como todas las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura, el exilio fue una herramienta más (¿un arma?) del régimen para mantenerse en el poder. Siguiendo la maliciosa premisa del «enemigo interno», el objetivo era anular al adversario: aislarlo, en el caso de las detenciones; quebrarlo y humillarlo, en el caso de las torturas; eliminarlo físicamente, en el caso de las ejecuciones y las desapariciones; o mantenerlo lejos de las posibilidades de intervención directa en la resistencia y oposición dentro del territorio oprimido, en el caso del exilio. Como lo notó Campos Cervera, partir con un puñado de tierra en la memoria era como llevar entre los labios la sonrisa y la sangre de sus muertos.

Con el exilio se desatan una cadena de afecciones que inician con la víctima y puede extenderse por las generaciones que le suceden, tanto a ella como a sus vínculos. El exilio por razones políticas separa violentamente a la persona de su medio sociocultural y económico, disgrega a la familia y altera el normal desarrollo de la vida de las personas, afectando sus raíces culturales, sus relaciones sociales, incluso sus creencias religiosas.

Llegando al extremo de la negación del derecho a enterrar a sus muertos en su tierra. Es vivir desnudo y desolado sobre un acantilado de recuerdos, perdido entre recodos de tinieblas.

En términos sociales, el exilio de una porción importante de la población representa una pérdida de capacidad laboral, intelectual y de ciudadanía comprometida políticamente, que produce un vaciamiento de las estructuras de funcionamiento de un país en todos sus órdenes e
interrumpe su normal desarrollo generacional.

Sobre la violencia que impedía «hablar de igual a igual» y expulsaba a los y las artistas e intelectuales fuera del país, Augusto Roa Bastos decía, desde el exilio, que «la represión tiene el gesto rápido, el gesto pronto… estando en Paraguay no me dejarían expresarme de esta manera».

El destierro afectó a sectores políticos, sindicales, religiosos, a intelectuales y a artistas.

La complejidad de aristas que implicó el exilio durante la dictadura no hace que esta experiencia haya sido más o menos traumática que las demás violaciones de los derechos humanos. La marca sí, en su particularidad de contradicciones y desarrollo. Inicialmente, las víctimas de exilio lo tomaron como una oportunidad para salvar sus vidas. La autopercepción como exiliados no se constituyó hasta mucho tiempo después, cuando se consolidó su situación y fueron manifiestas las consecuencias. Antes de que esto ocurra, era común que se considerasen a sí mismos como escapados de la dictadura.


Sueño de volver

Pero así, caminando, bajo nubes distintas:
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.

El exilio generó cuatro categorías de personas de acuerdo a sus condiciones legales y al tipo de inserción en el país de acogida: el asilado político, el refugiado, el migrante legal y el migrante ilegal. Estas cuatro situaciones no dependieron tanto del tipo de persecución sino de las condiciones de reconocimiento.

La modalidad más frecuente de exilio no tuvo ningún amparo legal y dejó a los exiliados paraguayos en situación de ilegalidad en los países de residencia que, por falta de expulsión formal, no los acogían como refugiados o asilados.

Solo una pequeña parte de los exiliados paraguayos acudieron a los organismos de protección, como al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La mayoría no se presentó como perseguida política. Sin embargo, sufrió las consecuencias de tal situación, ya que las condiciones de emergencia de la huida del país impidieron tomar las medidas necesarias para una emigración planeada y ordenada.

La CVJ estima que, entre afectados directos e indirectos, el régimen produjo un total de 20 820 personas víctimas de exilio durante su dictadura.
Los picos más importantes de exilio, por su masividad, se dieron en los periodos 1958–1959 y 1975–1976, en coincidencia con la emergencia y accionar de las guerrillas Movimiento 14 de Mayo y FULNA, para el primero; y OPM, PORA y ERP, para el segundo, así como por la represión masiva desencadenada por la dictadura en ambos periodos contra distintos sectores de la población civil y grupos políticos.

Las mayores proporciones se dieron en un rango de edad de entre los quince y los veintiséis años, por lo que la edad promedio de las personas exiliadas se estima en los veintinueve años de edad. Este no es un dato menor, teniendo en cuenta que esta etapa de la vida es la de mayor capacidad de trabajo y posibilidades de consolidar cierta estabilidad laboral.

Los destinos de los exiliados fueron mayormente los países limítrofes, principalmente Argentina y Brasil; en especial el primero, ya que la cercanía geográfica, la lengua y la existencia de redes de apoyo posibilitaban una mayor seguridad. Y, por supuesto, esto mantenía viva la esperanza de un inminente retorno.

Las consecuencias del exilio se ramifican en varios aspectos, su complejidad no terminó con la caída de la dictadura. Es más, podría decirse que se prolongó, ya que la perpetuación del Partido Colorado en el Gobierno no contribuyó a la reconfiguración social y simbólica que facilite el retorno ordenado y esperanzador de los exiliados. La pobreza, el desempleo, la exclusión y la discriminación no han permitido que se den plenamente la reinserción social y laboral de las víctimas.

Si bien el exilio político ya no es frecuente en estos tiempos, este fue sustituido por el otro gran drama poblacional de la era democrática: el exilio económico. Este es el punto donde pareciéramos volver a ese efecto de quiebre familiar y cultural que favoreció a la dictadura y perjudicó a nuestra sociedad. En especial a aquella que, a pesar de todo, sigue aguardando una segunda oportunidad de vivir en plenitud sobre su propia tierra.

Somos
los que aún estamos vivos,
por suerte o por casualidad
aquel día,
en aquel patio,
donde de todos modos
algo nuestro quedó muerto y sepultado
sin que se sacaran
anuncios en los diarios.

Jorge Canese, del poemario Paloma blanca, paloma negra, que fue prohibido por la dictadura en 1982.