Ellas también gritaron

Estudiantes, campesinas, intelectuales, poetas, madres, sindicalistas y artistas: muchas mujeres, desde diversas áreas, se animaron a poner el cuerpo y a organizarse en contra del régimen stronista. A pesar de que quisieron vetarlas del espacio público, ellas demostraron otras formas de hacer política.

Guillermina Kanonnikoff tenía veintiún años y soñaba con una sociedad libre, donde los jóvenes tuvieran capacidad crítica para cuestionar su realidad y transformarla. Estaba casada con Mario Schaerer Prono, con quien compartía ideales e integraba la Organización Político Militar (OPM), un intento de articulación de una guerrilla de tipo urbano. Guillermina explica en el archivo audiovisual del MEVESpy:

La idea era ir formando un movimiento popular a través del cual pudiéramos crear la conciencia necesaria para ir de a poco teniendo una masa crítica que pudiera hacerle frente a una dictadura. Eso era lo que queríamos, que la gente pensara acerca de qué era lo que estaba ocurriendo, por qué vivíamos así, por qué un gobierno se sucedía a otro y siempre el mismo dictador, por qué las elecciones se ganaban por 94 %. Por supuesto, esas fuerzas tenían que ser clandestinas.

Los integrantes de la OPM lograron pasar inadvertidos para la policía stronista durante algún tiempo; sin embargo, apenas los notaron, desplegó toda su fuerza para reprimirlos. Guillermina estaba embarazada cuando los agarraron y fue la última vez que vio a su marido con vida. Estuvo presa en el Departamento de Identificaciones y luego fue trasladada al penal de Emboscada, donde permaneció con su bebé en condiciones de hacinamiento, poco higiénicas y casi nula atención médica.

Guillermina sobrevivió a la dictadura para contar las torturas, pero también las resistencias. Porque a pesar de la invisibilización que sufrieron las mujeres en los espacios públicos de la época, ocuparon un rol activo, resistiendo desde diversas formas, ya sea a través de la palabra y el arte, o en organizaciones sociales campesinas, sindicales y estudiantiles. Muchas pusieron el cuerpo para hacer frente al régimen. Sin dejar de lado que también eran quienes se ocupaban de las tareas de cuidado en el hogar, asumiendo, así, ambas responsabilidades.

Si bien la participación femenina era bastante reducida en comparación a la de los varones, ellas compartían el compromiso de lograr mejores condiciones de vida y una sociedad más igualitaria; por ello, los roles establecidos que tenían que cumplir como esposas, madres o hijas, no fueron impedimento para organizarse y militar en grupos políticos.

Desde el año 1975, se registró un mayor número de mujeres militantes, lo que a su vez implicó el aumento de la represión dirigida hacia ellas. Las mujeres activaron principalmente en movimientos campesinos (25 %), también en sindicatos (13 %) y, por último, en partidos políticos, grupos armados y movimientos estudiantiles (9 %).

Sonia Aquino, integrante de la organización de investigación Banco Paraguayo de Datos (Asunción, 1983), expresó:

… en ese momento en que somos detenidas estábamos tratando de conformar un movimiento feminista, estábamos discutiendo con diversos grupos de mujeres, mujeres del sector obrero, del sector estudiantil, del sector intelectual, del sector campesino, sobre la conveniencia, si se veía importante, de conformar un movimiento feminista en el país.

Una política de los cuidados

Para las campesinas, quienes en porcentaje representaban la mayor cantidad de mujeres militantes, el compromiso social se expresaba en una gestión más comunitaria de la vida, buscando desarrollar en sus territorios otras formas de hacer política, relacionadas al cuidado de los niños y niñas, la tierra y la vida en general. Porfiria Sánchez de Maidana (Misiones, 1976), contó:

Las actividades que llevaron a cabo las lideresas del campo iban desde reuniones y manifestaciones, trabajos cooperativos como la siembra de cultivo y distribución entre varias familias, hasta tareas de educación que se agruparon en el desarrollo de lo que llamaron la Escuelita Campesina, donde formaban a los niños y a las niñas de una manera más horizontal y colectiva. (…) Sí, participaba en las Ligas Agrarias, en aquel tiempo una organización campesina, y yo era una de las pytyvõhára (maestra de la escuelita campesina) con 78 alumnos, yo manejaba la educación de los niños.

Las Ligas Agrarias Cristianas↱125, la organización que más mujeres agrupó, sobre todo en el interior del país, como en Caaguazú, Misiones y Paraguarí, fue también la que mayor represión sufrió. La brutalidad con la que las fuerzas públicas torturaron a estas mujeres es directamente proporcional a la potencia organizacional que ellas representaban. Para el régimen era una amenaza que ellas desarrollen otros modos de gestionar la vida. Fueron acusadas de comunistas o guerrilleras, para justificar la represión.

Según los registros, 2832 mujeres sufrieron violaciones de sus derechos a través de detenciones arbitrarias, privaciones ilegales de la libertad, torturas y otros tratos o penas crueles, inhumanas y degradantes. En el caso de las comunidades campesinas, muchas fueron sitiadas por militares o policías, quienes no solo torturaban a las que consideraban subversivas, sino que destrozaban el territorio entero, dejando sin hogares, escuelas y alimentos a todos los habitantes.

Más allá de las represiones y la falta de reconocimiento al trabajo de las mujeres, aquella forma de hacer política ha persistido hasta el día de hoy en diferentes comunidades. Tanto en el campo como en la ciudad, las mujeres han generado espacios de construcción colectiva, muy a pesar de las limitaciones y la incapacidad de un Estado que históricamente estuvo ajeno a sus realidades.

Muchas mujeres, además, cargaron con el peso de reconstruir sus hogares y mantener a sus familias luego de la desaparición o ejecución de sus compañeros, lo que también exhibe su capacidad de resistencia y resiliencia ante la violencia institucional.

Mañana, gritará la sangre:
¡Viva la libertad! ¡Muera el tirano!,
¡y el pueblo responderá!

Carmen Soler (1924–1985)