Enemigos desde el vientre
Como si de una política pública se tratara, el régimen de Alfredo Stroessner violentó y reprimió a niñas, niños y adolescentes, sin ningún tipo de pesar. Antes de que se convirtieran en potenciales peligros para el sistema, las fuerzas públicas torturaron e incluso dejaron morir a hijas e hijos de líderes de la resistencia.
«Tenía siete años, pero yo me acuerdo todo lo que pasó; cuando yo tenía tres años vino la represión a nuestra familia; recuerdo que tenía cuatro años y me preguntaban por mi padre; tenía ocho años cuando vinieron a la escuela a encerrarnos; tenía dieciséis años y me obligaban a presenciar torturas de noche.»
Para algunos, haber nacido durante la dictadura stronista significó una condena. El régimen de Alfredo Stroessner no distinguió entre «enemigos» adultos o niños. La violencia ejercida se desplegó con la misma bestialidad contra ambos grupos etarios. Por su condición de vulnerabilidad, las niñas, niños y adolescentes sufrieron más los impactos.
Celsa Ramírez
Celsa Ramírez es una destacada música y arpista. Mientras ella era torturada, los policías reproducían la canción India, de José Asunción Flores, para asociarla con la violencia. Sin embargo, para ella representaba un alivio. Aquella canción le transmitía valor para seguir. Para conocer mejor la historia de Celsa, su carrera musical y el rol de la música popular en la resistencia de los torturados, mirá la exposición «El Nuevo Cancionero y la resistencia femenina durante la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay», por Miguel Antar y Nicolás Ramírez Salaberry.
Para Celsa, fue un milagro que su hijo haya nacido vivo. En el momento del parto la trasladaron al Policlínico Rigoberto Caballero, una dependencia policial. Luego volvió a Emboscada. Derlis no recibió ningún tipo de atención neonatal, las condiciones en las que llegó al mundo fueron insalubres, descuidadas y violentas. La vida adquiría otro sentido tras las rejas y en condiciones de tortura.
No era cualquier bebé para el sistema. Sus padres eran considerados enemigos del régimen por ser comunistas. El Gobierno los perseguía con el argumento de que estaban en contra del orden y el bien público. Su papá, Derlis Villagra, era secretario general de la Juventud del Partido Comunista Paraguayo y fue desaparecido mientras Derlis estaba naciendo.
Hijas e hijos de militantes de organizaciones políticas, gremiales, campesinas o civiles, como también adolescentes que integraban estos espacios, sufrieron la persecución y represión al mismo nivel que sus progenitores. El 88 % de los chicos y chicas torturados formaban parte de alguna organización o sus padres estaban vinculados a estas.
«Es como que no había que tener ternura hacia una criatura por ser hijo de comunistas», reflexiona Derlis. Recuerda una anécdota sobre el momento de su nacimiento que le compartió su madre: una enfermera afirmó que era una linda criatura, a lo que otra respondió que con esa gente no había que tener amabilidad, porque era hijo de comunistas y podía hacer «la misma cochinada que sus padres».
Los niños capturados eran utilizados como señuelos para poder atraer a sus padres o tíos, obtener información sobre estos, realizar trabajos forzados para el beneficio de sus captores y ser un medio más para que las fuerzas públicas desplieguen sus mecanismos de control.
Las niñas que eran detenidas junto a sus madres o que habían nacido en circunstancias de reclusión, compartían el mismo espacio que los adultos. No existía una consideración a su edad ni a sus necesidades específicas. Las condiciones de hacinamiento, privación de alimento y agua potable, entre otros tipos de torturas, influyeron en su desarrollo y evolución a nivel cognitivo, de habilidades psicomotoras y de lenguaje.
Las madres se aferraban a sus recién nacidos y a sus hijos pequeños. Entre ellas practicaban la solidaridad, generando una especie de maternidad compartida. Lo único que no les faltó a los niños y niñas fue la atención y el amor de los cientos de «tíos» y «tías» que también estaban recluidos en Emboscada.
En aquel ambiente de adversidad, los chicos aprendieron a hablar, caminar y socializar. Como Derlis, quien, en su inocencia, buscaba generar un sentimiento de pertenencia. Cuando llamaban la lista de los presos, él también quería que dijeran su nombre. «Me ponían siempre al final de la fila y otros presos le decían al policía que me llame al tomar lista; entonces, el policía decía Derlis Miguel, y ahí decía ‘yo tetente’».
Pero no todas las víctimas permanecieron con sus madres. Muy a su pesar, las mamás decidían buscar familiares con quienes sus pequeños pudieran vivir en mejores condiciones, provocando una separación forzosa de meses o, incluso, de años. Algunos tampoco tuvieron la posibilidad de conocer a sus padres, desaparecidos y muertos por el régimen. La dictadura truncó no solo una o dos vidas, sino proyectos de vida en conjunto.
Derlis, que conoció la historia de su padre, Derlis Villagra, a través de relatos y anécdotas de compañeros de militancia, fue parte del equipo que elaboró el Informe de la Comisión de Verdad y Justicia. Sigue con la esperanza de que encuentren los restos de su padre.
Infancias conscientes y molestas
La mayoría de las niñas, niños y adolescentes víctimas de la dictadura pertenecían a las Ligas Agrarias Cristianas↱125. En esta organización, desde temprana edad las personas ya contaban con una participación activa. El 44,5 % de las víctimas señaló ser miembro en el momento en que sucedió la violación de sus derechos humanos.
El sistema opresivo no fue un impedimento para que las y los adolescentes puedan desarrollar una visión crítica de la realidad que estaban viviendo, asuman roles protagónicos en sus comunidades y se empoderen como sujetos de derechos, principalmente en los departamentos en donde estaban presentes las Ligas Agrarias Cristianas.
Norma Cecilia Franco de Vera (San Pedro, 1975) contó:
Las criaturas tenían una niñez sana, yo tenía nueve años, sabía todos los movimientos de la familia, los amigos, lo que ellos hacían; iba a la escuela, los chicos de mi edad trabajábamos en la huerta, teníamos una hora para la huerta, una hora para estudiar, una hora para jugar y sin problemas.
Ante niñas, niños y adolescentes empoderados, el Gobierno respondió con represión. La persecución política contra los chicos se dio en mayor medida en los departamentos de Caaguazú, Paraguarí, Misiones y Asunción. El régimen destruyó todo intento alternativo de crianza y educación. «Si las escuelitas campesinas↱122 hubieran progresado, la historia hoy en día sería distinta», mencionaron en la Audiencia Pública sobre Dictadura y Educación (2006).
Yo quiero un mundo,
un mundo nuevo,
para vos…
Pequeño Adrián, tu historia siempre irá conmigo.
Alberto Rodas, 1986