Los tentáculos del terror
Las relaciones internacionales sostenidas por la dictadura favorecieron su desarrollo. Estados Unidos y Brasil, con sus grandes tentáculos, fueron aliados estratégicos, en lo político y en lo económico, para el trazado de un mapa de la dominación.
Después de la Segunda Guerra Mundial el mundo quedó dividido en dos grandes bloques bajo los liderazgos de Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas potencias sostuvieron durante la segunda mitad del siglo XX una disputa por la hegemonía mundial conocida como Guerra Fría, principal factor externo en el proceso de consolidación y sostenimiento de las dictaduras militares en América del Sur.
En este marco, la dictadura de Alfredo Stroessner se subordinó a Estados Unidos a cambio de apoyo diplomático, económico y militar, para luego erigirse en una suerte de vanguardia regional anticomunista bajo la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), puesta en práctica mediante el entrenamiento de cuadros del ejército en técnicas de contrainsurgencia: interrogatorios mediante torturas, infiltración, inteligencia, secuestros y desapariciones de opositores políticos, combate militar y guerra psicológica.
La DSN era una concepción teórica global, desde un ángulo eminentemente castrense, y fue la justificación utilizada por las fuerzas de seguridad —militares, paramilitares, guardia nacional, agentes policiales y parapoliciales— para convertir en enemigo interno a los sectores políticos de oposición y orientar las acciones hacia su eliminación física.
En el contexto de la represión y la «lucha anticomunista», Estados Unidos otorgó asistencia militar a través de la Agencia de Cooperación Internacional (antecesora de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional – USAID), limitada en un principio, pero multiplicada por diez entre 1962 y 1965. Numerosos asesores norteamericanos militares sirvieron en el Paraguay, entre ellos Robert Thierry, encargado del «refinamiento metodológico» de las técnicas de tortura y el establecimiento de una oficina anticomunista en el Ministerio del Interior.
Entre 1953 y 1961, la ayuda norteamericana sumada a los préstamos otorgados por instituciones internacionales controladas por ese país, alcanzaron los 53,2 millones de dólares. A partir de la creación de la Alianza para el Progreso por parte del presidente John F. Kennedy, el apoyo económico incrementó. Entre 1962 y 1965, la dictadura paraguaya recibió ayuda directa y préstamos de las agencias internacionales ligadas a EE. UU. por la suma de 80 millones de dólares, aproximadamente.
El cambio de timón se dio recién en 1977 con la asunción a la presidencia de EE. UU. del demócrata Jimmy Carter, quien inició una activa campaña a favor de los derechos humanos, lo que representó un cambio de paradigma con implicancias en la progresiva caída de las dictaduras militares de la región.
Marcha hacia el Este
La política exterior norteamericana no sería suficiente para el establecimiento de la dictadura sin aliados estratégicos con gran poder de influencia en la región, como Argentina y Brasil.
De 1955 hasta inicios de los 60 los gobiernos militares argentinos mostraron simpatía hacia la oposición paraguaya a Stroessner. Sin embargo, en los años posteriores mostraron un creciente apoyo a la dictadura, cuyo punto más alto de complicidad se alcanzó con la Junta Militar de Gobierno (1976–1983) y la colaboración en el marco del Proceso de Reorganización Nacional y el Operativo Cóndor. Recién a partir de la democratización de Argentina, en 1983, la relación bilateral sufrió cambios en dirección contraria.
Brasil apoyó desde un principio
Según Vuyk (2013), Brasil realizó su primer ejercicio de expansión en la región con Paraguay, proceso que incluyó el fortalecimiento de la cooperación militar, «principalmente en la formación de altos cargos militares paraguayos en la Escuela Superior de Guerra del Brasil —centro de la estrategia de expansión imperialista brasileña—, como el caso del dictador paraguayo Alfredo Stroessner».
En Subimperialismo brasilero y dependencia paraguaya: análisis de la situación actual. CLACSO.
Las conexiones militares de Stroessner le facilitaron también relaciones con gobiernos brasileños civiles: el general Amaury Kruel ayudó a organizar en 1964 una reunión entre Stroessner y el presidente João Goulart, en la que se discutió la construcción de una represa hidroeléctrica sobre el río Paraná.
Brasil financió el estudio de factibilidad de la represa ubicada en el río Acaray (Hernandarias), primera obra hidroeléctrica del Paraguay inaugurada en 1969. Al mismo tiempo, propuso la construcción de una gran represa binacional que aproveche el potencial hidroeléctrico del río Paraná.
El Tratado de Itaipú firmado en 1973 estableció las bases para la construcción, administración y funcionamiento de la entidad, y representó el pacto entre dictaduras militares a favor de las grandes empresas del Brasil. Su construcción implicó la inundación de los Saltos del Guairá, dando fin a la antigua reivindicación paraguaya sobre este territorio, imposibilitando la disposición de nuestra energía para la venta a precio de mercado a otros países, además del endeudamiento contraído con Brasil que continúa vigente.
Otras caras de lo que se llamó «La marcha hacia el Este» fueron la integración de redes camineras a través de la construcción de rutas y del Puente de la Amistad, que conecta las ciudades de Foz de Iguazú y Puerto Presidente Stroessner (hoy Ciudad del Este); la migración de paraguayos hacia el este; la expansión de la frontera agrícola y la llegada a esa región de colonos brasileños dedicados al cultivo empresarial de soja y maíz. Se trató de un proceso de desplazamiento demográfico y económico con consecuencias determinantes para la configuración del Paraguay actual.
A mediados de 1970, Brasil ya había desplazado a Argentina como el principal socio comercial y como la mayor fuente de inversiones del Paraguay. Comparado con periodos anteriores, la influencia brasileña alcanzó su punto más alto durante la dictadura de Stroessner, solo superada por la que ejerció durante la ocupación militar en la Guerra de la Triple Alianza.
Así, la ubicación geográfica y los recursos del Paraguay siempre despertaron el interés geopolítico de las potencias dominantes. La dictadura aprovechó esta condición para llevar a cabo una agenda de entrega que sirvió en su momento para dinamizar el sector de la construcción, finanzas y servicios con la inyección de capitales extranjeros, logrando de esta manera incorporar a nuevos grupos a los negocios con el Estado y ampliar el consenso político, factor clave para mantener el poder.
En cuanto a las continuidades de estas relaciones internacionales, el proyecto de desarrollo e integración con Brasil fortaleció la relación de dependencia económica y subordinación política, esquema de poder heredado y sostenido hoy en democracia.